25 de febrero de 2010

Entre paréntesis



- Esperá, esperá, sos vos... Sí sos Ella!
Morena se frenó, en parte para intentar reconocerlo y en parte porque la tenía agarrada del brazo. El movimiento de las luces no la dejaba ver con claridad y el amontonamiento de la gente la tenía fastidiada.
- Vos quién sos?. Le contestó sin sonreir
- Me llamo Agustín - Explicó mientras la agarraba con seguridad por la cintura, reduciendo la distancia que había entre ellos- ¿No me conocés? Vos sos Ella!! No sé tu nombre, pero sos Ella. ¿No lo estás sintiendo?
Morena despegó la mano de su cintura con asco, dio un paso para atrás, pero siguió con la conversación.
- Ahhh... ¿Qué tengo que sentir? Morena me llamo y no se quién sos, capaz nos cruzamos alguna vez. Decime de dónde me conocés. 
- Desde siempre te conozco! Sos Ella!! ¿Sabés todo lo que te busqué? - Ahora la tomaba de la mano - Vos no sentís la magia?
- ¡AY! No te puedo creer, con mariposas en la panza y todo! - exageró la burla. El lugar estaba lleno, y todo el tiempo había alguien que empujaba. Sin embargo, él se las arreglaba para mantener sus ojos clavados en los suyos.
- En serio te estoy diciendo. -Simuló que se ofendía mientras se mordía los labios, aunque no dejaba de mirarla con ternura - ¿Qué tengo que hacer para que me creas?
- Nada, no hagas nada...No te voy a creer. ¿Qué querés que te diga, que sos El y salte a tus brazos?
- Es que sos Ella, y lo sé, querés que me arrodille para que veas que digo la verdad?
Morena lo frenó cuando ya estaba cerca del suelo. 
- No te arrodilles, no tiene nada que ver, además el piso esta muy sucio. Ya fué, querés que sea Ella?-curioseó divertida.- O.K. Soy Ella, listo? Ahora sigo yéndome para allá.
Agustín tomó su mano con más firmeza: - Es que no entendés! - seguía mordiéndose el labio - Sos Ella! No te podés ir, hace mucho que te busco.
- Sí, sí...Me imagino. Seguro ya no te acordás ni de mi nombre. Basta con eso de los pajaritos de colores, daaale! no me mientas. Esto es un boliche y no hay chance de que te crea. Esas cosas no pasan, y no van a pasar justo acá.
Sin dejar de mirarla con ternura insistió: Sí, Morena te llamás, pero no importa tu nombre porque sos Ella. Hace un montón que te busco, me tenés que creer. ¿Cómo no me vas a creer?
- More, nos vamos, perdemos el cole sino... Venís? - Interrumpió una desconocida que cumplía el rol de amiga. Ella asintió con la cabeza y volvió a la conversación anterior.
- Bueno... Él - cortó la fantasía Morena - Me voy. Me están esperando y no tengo carroza para volver a casa, sabés?
- Cómo que te vas?! no te podés ir, por favor - Agustín casi se le pegó - Sos Ella. Dame un beso, así vas a darte cuenta de que no miento. Los besos no se pueden mentir.
- Ja! mirá vos...Bueno yo tengo otra idea. Si realmente vos sos Él y yo soy esta famosa Ella nos vamos a volver a cruzar, pero ahora yo te voy a reconocer. 
- Es que no entendés, mañana me voy, yo vivo en Córdoba. Si no te doy un beso ahora y me sentís y descubrís que no te estoy mientiendo, cuando vuelva a verte ya no te vas a aordar de mí y probablemente sea tarde. ¿Tanto te cuesta darme un beso? ¿En serio no te das cuenta de que sos Ella?
- Mirá... Me voy, me están esperando. Será que no somos...
- Un beso, nada más. No entiendo qué podés perder. ¿No vale la pena intentarlo?
Morena cerró los ojos y terminó con los centímetros que los separaban, lo besó. Unos segundos después se separó. 
- Me voy, chau!
- Sos Ella- Le dijo Agustín con una sonrisa mientras sentía cómo la punta de sus dedos dejaban de tocarse con los de Ella.

Mientras esperaba en silencio el próximmo colectivo, Morena se preguntaba si lo volvería a ver. Estaba casi segura de que él no era Él y ella no era Ella. Pero entonces... ¿Por qué lo había besado? Tan débil era a los chicos de ojos verdes?, que se dejaba llevar por cualquier cararrota... Tan poco valían sus besos?, que los entregaba sin mayor discusión a cualquier desconocido... O es que de alguna manera esperaba ser Ella, aunque más no fuera por un ratito? Dá igual, pensó, un paréntesis a la vida nunca viene nada mal.

5 de febrero de 2010

Travesías


Todo era árido, sólo un par de árboles en el horizonte de los alambrados siempre lejos, cada tanto había algún par de corderos pastando cerca. La aguja del velocímetro no lograba superar la rayita que marcaba el 100 y las horas de viaje hacían parecer que el mundo se movía en cámara lenta. Nada sucede cuando uno está arriba de un Renault 18, al menos nada que merezca mayor atención.

Era la hora de la siesta, pero es difícil dormir en enero cuando se viaja en compañía de 4 personas más bien robustas, en realidad uno se siente dentro de una lata de atún y la cantidad de kms que faltan hasta la próxima estación de servicio se convierten en el hecho más importante del mundo.

Así, aburrido… lisa y llanamente aburrido era el viaje que estábamos haciendo. Atravesar la provincia de Oeste a Este resultó no ser tan emocionante, y llegar a la costa ya no parecía un destino válido para semejante travesía por las desérticas rutas patagónicas.

Mi celular iba a apagarse; la batería estaba prácticamente agotada, por lo que decidí dejar de jugar y fijar la vista en el horizonte. ¿Cuántos cientos de kms pueden faltar?, pensé tratando de no animar mi fatalismo.

- De por aquí era Don Carumillo, dijo con un aire nostálgico el abuelo. Automáticamente busqué complicidad en la mirada de mi hermana, pero ella estaba metida dentro del recital de Divididos que sonaba exclusivamente en sus oidos. Suspiré con desánimo;

- Éramos pocos…me quejé en silencio. En la parte de adelante nadie reaccionó, irían en otro viaje, pensé y volví a suspirar, más bien resoplar. Un relato del abuelo en este momento iba a ser insufrible.

- Sí, sí, de por aca, continuó narrando sin reparar en que nadie estaba interesado en el tal Don amigo suyo. Claro que no lo conocí, aclaró el nono que para colmo hablaba lento, pausado no: lento. Cada oración duraba tres minutos así que se ponía complicado seguirle el hilo al asunto. Pero el viejo seguía… y evidentmente pensaba seguir siguiendo. Don Carumillo era conocido en toda la región. Una leyenda viva, imaginate; me dijo. Y yo ya no podía hacer otra cosa que asentir, era la única persona adentro de esa caja de zapatos que no tenía excusa para ignorarlo.

- La historia del Corto llegó hasta San Antonio, mirá si no habrá recorrido lugares, exageró. Enseguida me imagine al corto éste como un campeón de Dominó de la zona, o de alguna cosa por el estilo. Yo sabía que igualmente el problema no era mi poca predisposición a escuchar las interesantísimas cosas que el abuelo tenía para decir; sino, precisamente, que el abuelo jamás había tenído algo interesantísimo para decir y la leyenda de Don Carumillo era ya desde el vamos un bodrio asegurado.

- ¿Y qué hizo el tipo para hacerse conocido?, no pude evitar revolear los ojos mientras preguntaba.

- Y bueno…respondió el abuelo como tomando envión. Resulta que Don Carumillo estaba casado con la Mercedes. De chiquitos se conocían y como los pueblos son así, ya todos sabían que el Flaco – porque Corto le empezaron a decir de más grande – iba a casarse con la hija de los Rosales que tenían la despensa del lugar.

- ¡Faaa, qué historia de amor más loca!, le contesté para que se ahorrara los detalles.

Pero el tipo ni siquiera pestaneó y siguió con el cuento. Se lo veía concentrado, me miraba a los ojos, pero hablaba como si todo le hubiera pasado a él. Parecía que estaba viviendo lo que narraba:

- Carumillo era un pibe que sólo quería darle a Mercedes una linda casa donde criar a sus hijos. El Flaco era puro corazón y por lo que dicen, uno de los más trabajadores del lugar. Y la Mercedes, como toda niña mimada de familia medianamente acomodada tenía un carácter difícil de arriar. La rubia era de fierro, pero complicada, y cocinaba…así dicen, no? Que la Rosales hacía las empanadas de carne más ricas.

- Ahá…escupí algún sonido como para no hacer sentir mal al abuelo que realmente estaba emocionado con la historieta.

- El Flaco laburaba en una radio y ella en una boutique así que después de un tiempo de ahorro y con bastante esfuerzo se fueron armando la casita, tuvieron cuatro hijos y la misma vida que todos los matrimonios, no?

- Pero… vos los conociste a Corromillo? Porque al final parece que hubiera sido tu vecino.

- No te digo que Carrumillo, nena, Carrumillo era conocido?Si lo que le pasó al Flaco, que ya no estaba flaco desde el tercer año de casado no es joda. Dicen que la Mercedes era brava y siempre estaba reclamándole algo al Corto. Que la plata no alcanzaba, que los nenes necesitaban zapatillas, que el más chico era muy caprichoso, y vaya uno a saber qué otras cosas, no? Pero el problema era que Carumillo estaba tan embobado que nunca la contradijo, al contrario, se esforzaba más por solucionar el asunto. Y todos sabían que la Doña era verdaderamente inconformable.

Algunos, pero esto ya no se si es cierto - aclaró el abuelo – aseguran que en los últimos tiempos casi no dormía. Siempre estaba trabajando, haciendo una changuita o sacando a pasear a la familia que era su única razón de vivir.

No está muy claro cómo fue todo, pero lo que es seguro es que el Corto un día empezó a toser y no pudo parar. Hasta los vecinos escuchaban su tos seca; y luego de una hora que no se detenía decidieron llevarlo a la salita.

‘Debe estar atragantado’, diagnosticó la Doctora después de darle unos gopecitos en la espalda.

‘Pero no estábamos comiendo’, respondió preocupada la señora de Carumillo.

‘Le recomiendo que lo lleve al Hospital de la ciudad, para que lo vean allá’, propuso la Doctora con los brazos levantados a la altura de la cintura y las manos con las palmas hacia arriba.

Un vecino se ofreció a llevarlos, Don Carumillo estaba muy colorado y se notaba que le costaba mucho respirar. ‘No me asustes’, reclamaba su señora, ‘concentrate así se te pasa’. La Mercedes estaba realmente nerviosa.

En la ciudad los médicos decidieron internarlo para hacerle estudios. Pero como cuando Carumillo no tosía se apuraba a respirar no pudo responderles nada y con lo que explicaba Mercedes no alcanzaba.

- Bueno, ¿al final qué tenía?, apuré el relato con un interés sincero.

- Nunca se supo, los médicos lo mandaron a su casa. Un mes entero estuvo tosiendo, tuvo que dejar la radio y expresarse por señas, porque no podía emitir otro sonido que no fuera el carraspeo. Hasta que un buen día, la miró a Mercedes y se despachó en una suerte de monólogo con un montón de cuestiones hogareñas, ‘Me tenés harto’, concluyó. Y ese día dejó de toser.

- Y se separó!, completé.

- En realidad no, a los pocos años le volvió a agarrar lo mismo. Se ve que el tipo era tan corto que no podía contertarle a la Mercedes, entonces cuando se saturaba, se quedaba sin espacio para seguir guardando palabras adentro suyo y ahí arrancaba a toser. Se antragantaba solo el tipo, entendés?

- Sí; respondí haciéndome la superada mientras pensaba en las probabilidades que había de que a mí me pasara lo mismo.

‘A 15km YPF’, decía el cartel que acabábamos de pasar. Al fin estábamos cerca de algo! Necesitaba tomar aire.