Y esquivabas el papel pensando que así no pensabas, y apretabas los dientes aún en sueños por no decir…Conseguiste cerrar los ojos, pero no los oídos, y la voz estaba en tu cabeza. No era la radio, no sonaba la guitarra, no jugaban los nenes en el parque, el grito era propio. Lo imaginaste susurro, lo quisiste dormir entre arrullos, pero ya en el fondo sonaban los alaridos.
No controlabas las muecas, ni dejabas de fruncir el pecho. Sabías bien cerrar los ojos y cantar. Y así y todo no ahogaste el alarido. Era una autopista en la cabeza, un tren y mil bailarines de malambo. La perfecta orquesta de chatarra desvanecía el mundo alrededor y bloqueaba todo lo demás.
Y vos, con la pared blanca en frente, show must go on decías, pero no escribías. Morías por un caparazón para encerraste y seguiste con la boca cerrada, jugaste a ser avestruz hasta que te quedaste sin aire.
Ahora, en pleno mareo ves chocarse las cosas que antes estaban quietas. La quietud ahora es tuya, una parálisis absoluta y avergonzante. Cobarde!, pensás. Te odias y seguís viendo el mundo fuera de tiempo. Cómo se vuelve del exilio de la conciencia, te preguntas. Pero sólo te oís gritar, aullar, gemir, explotar. Al borde de la asfixia, te repetis: Cobarde!. Quedan lapiceras por gastar, queda mundo por ver, y vos… miedo tenés?
Llora. Son sólo fantasmas.