11 de junio de 2010

Hasta la Eternidad

Y se preguntaba cuántas veces más pasaría por lo mismo. ¿Cuánto tiempo es eternamente? Eso es lo que debió preguntarle al jurado Divino luego de escuchar su condena.
Resignada a lo que venía después mantuvo su cuerpo con total serenidad, tanta que los que pasaban a su alrededor suponían que estaría en estado de shock. Los guardias no le dirigían la mirada, quizá era por lástima o quizá porque nunca se habían detenido a mirarla. Recordaba entonces sus peores finales, no estaba segura si podía establecer un ranking de crueldad, porque todos habían sido espantosos.
Hacía siglos que sufría su castigo y había olvidado el motivo por el que había sido sentenciada. La muerte más antigua que recordaba era la de un inocente de lo que se creyeron las Indias. Capturado junto a un compañero mientras pescaba, no tuvo ni el derecho de ser considerada humana. En ese momento se convirtió en una de las primeras entre los suyos en sentir el ardor de la pólvora al estallar dentro de la piel. Fue inmediato, no pudieron contra esa gente que por alguna extraña razón confundieron con dioses. Eso era del pasado, ahora se preparaba para algo similar, pero seguramente más doloroso.
Más de una vez estuvo en la piel de un estudiante. Lo sorprendente de ellos era su entrega, su compromiso con la causa, su fe en la utopía, la necesidad de unión para la lucha. En esa ocasión la primavera estaba terminando y para ser mayo, hacía mucho calor. Nuevamente, sin saberlo, estaba haciendo historia. Años más tarde todos recordarían el día en que los estudiantes salieron a reclamar lo que les correspondía. Y volvió a salir del recuerdo profundo, es que ahora estaban abriendo su celda, por fin venían a buscarla, no le quedaba más de una hora de esta vida.
Su final favorito, pensaba mientras evitaba pensar en el presente, había sido el de Sophie Scholl. A pesar del dolor y la humillación previos, ella representó la esperanza e inocencia de una universitaria que luchó hasta el último segundo por la igualdad de las personas en Munich. Una fuerte voz la trajo al ahora y mientras alguien leía lo que debían ser sus derechos, ella se preguntaba cuál sería su próxima aventura. El castigo divino era demasiado para ella, sintió entonces que no había nada peor para un alma que la condena a la muerte del hombre en manos del hombre por el resto de la eternidad.
La silla eléctrica fue encendida y luego de las convulsiones y el profundo dolor que invadió ese cuerpo quedó liberada. Vagabundeó por algún tiempo hasta que cayó en el cuerpo de una mujer en algún lugar de Medio Oriente. Mañana sería torturada hasta la muerte por haber sido violada.

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