- La tía me regaló una estrella
- ¿Cuál?
- ¿Viste las Tres Marías...? De la del medio, un poquito más para allá
- ¿Esa?
- No, la otra, la más brillante
- Yo también tengo una, me la regaló Blas hace mucho
- ¿Y para qué sirve tener una estrella?
- No sé... son lindas
- ¿Y cómo sabés que no era de nadie antes?
- No sabés...
- ¿Y entonces?
- No importa, son lindas igual...
27 de julio de 2009
19 de julio de 2009
12 de julio de 2009
Luces y Flores
Empezaba a caer el sol, y por más de que llevaba varias horas recorriendo la zona, Víctor sabía que lo mejor todavía no llegaba. Como todos los viernes del año, la calle se llenaría de autos y la vereda de chicas lindas, que con sus pantalones ajustados harían que los pocos grados de calor que bajaban a la noche resultaran imperceptibles. La música y las luces terminaban de convertir el lugar en la mejor manzana de Capital Federal.
ahí estaba él una vez más; ahí pensaba seguir estando muchos viernes más. Era ambiguo el sentimiento, la sensación de ser el dueño, de controlar todos los movimientos a su alrededor le fascinaba. se divertía con inocencia y siempre encontraba alguien que le sonriera con complicidad.
Hacía tanto que estaba ahí, que no se imaginaba otra realidad. A nadie le importaba realmente lo que sentía. A él no le importaba nadie, y tenía el control que sólo la rutina puede ofrecer. El molde exacto, la receta justa que hacía de todos los viernes un momento clásico pero irrepetible.
En esa contradicción se hamacaban los minutos, ahí daban vuelta sus angustias y carcajadas, su cotidianeidad y su soledad. El balance de la noche se definía a último momento; cuando se acababa el movimiento y algunos intentaban volver a su casa; cuando la música ya no callaba su cabeza y frágiles detalles lo devolvían a la realidad.
A su realidad.
Esta noche, la nota la había dado la rubia que no quiso bailar con él, y con cara de... (Bueno, con la típica cara de las rubias que iban todos los viernes a la noche a sentirse divas), lo ignoró llanamente. Como un detalle ínfimo y brillante, a modo de conzuelo, aparecía en su cabeza la tímida chica que lo miró toda la noche. No parecía prestar mucha atención a lo que hacía el resto, pero más de una vez, la enganchó espiándolo. Por eso, en secreto, bailaba para ella.
Como siempre a esa hora, Víctor se encuentra de frente con la impotencia de no haber cruzado la vaya, de ver desde afuera...
o desde adentro.
Algo lo atormenta, no es nuevo, pero le resulta terrible. Ahora que la música ya no sigue, que ya no quiere entrar, y que arranca la vuelta a su casa, le pesan las flores que no vendió. Lo amarga la indiferencia, la sonrisa superficial de todas las personas que vio hace un rato.
Vuelve cansado a dormir ultimando un fondo de birra que le sirve de gambeta al hambre; por lo menos un rato más. Piensa en esa chica tímida de nuevo que hoy lo hace olvidar un mal día de trabajo.
Hacía tanto que estaba ahí, que no se imaginaba otra realidad. A nadie le importaba realmente lo que sentía. A él no le importaba nadie, y tenía el control que sólo la rutina puede ofrecer. El molde exacto, la receta justa que hacía de todos los viernes un momento clásico pero irrepetible.
En esa contradicción se hamacaban los minutos, ahí daban vuelta sus angustias y carcajadas, su cotidianeidad y su soledad. El balance de la noche se definía a último momento; cuando se acababa el movimiento y algunos intentaban volver a su casa; cuando la música ya no callaba su cabeza y frágiles detalles lo devolvían a la realidad.
A su realidad.
Esta noche, la nota la había dado la rubia que no quiso bailar con él, y con cara de... (Bueno, con la típica cara de las rubias que iban todos los viernes a la noche a sentirse divas), lo ignoró llanamente. Como un detalle ínfimo y brillante, a modo de conzuelo, aparecía en su cabeza la tímida chica que lo miró toda la noche. No parecía prestar mucha atención a lo que hacía el resto, pero más de una vez, la enganchó espiándolo. Por eso, en secreto, bailaba para ella.
Como siempre a esa hora, Víctor se encuentra de frente con la impotencia de no haber cruzado la vaya, de ver desde afuera...
o desde adentro.
Algo lo atormenta, no es nuevo, pero le resulta terrible. Ahora que la música ya no sigue, que ya no quiere entrar, y que arranca la vuelta a su casa, le pesan las flores que no vendió. Lo amarga la indiferencia, la sonrisa superficial de todas las personas que vio hace un rato.
Vuelve cansado a dormir ultimando un fondo de birra que le sirve de gambeta al hambre; por lo menos un rato más. Piensa en esa chica tímida de nuevo que hoy lo hace olvidar un mal día de trabajo.
Quizá el próximo viernes la vuelva a ver. Quizá algún día ya no le preocupe pertenecer.
El arranque
Un recreo del simpático mundo estático que nos dan a elegir. el lugar en el que por primera vez comparto mis pensamientos más transversales, más míos.
Ideas...
que se unieron en la nebulosa de mi cabeza, hasta que un día, por alguna razón, una birome les dio existencia sobre una hoja en blanco, y convertidas en relato, hoy tienen voz en el anonimato de la Internet...
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